segunda-feira, 26 de outubro de 2009

Escravos de Jó jogavam caxangá


http://bit.ly/3Z2zW0(foto)
Aqui está a diversão, espero que peguemos a primeira escala de trabalho na barraquinha, se for a ultima não me resposnsabilizo!
Só não vale errar de propósito!!!!!
Escravos de Jó jogavam caxangá
Tira, bota, deixa o Zé Pereira ficar…
Guerreiros com guerreiros fazem zigue zigue zá
Guerreiros com guerreiros fazem zigue zigue zá
A brincadeira
1. Sentadas em roda, cada criança deve ter um copo à mão cheio de vinho;
2. Enquanto canta, cada criança passa o copo para o colega ao lado, fazendo movimentos conforme a letra:
Os escravos de Jó jogavam caxangá (vai passando para o colega ao lado o copo que foi posto à sua frente );
Tira (levanta o objeto), bota (põe na sua frente na mesa), deixa o Zé Pereira ficar (aponta para o objeto na frente e balança o dedo);
Guerreiros com guerreiros fazem zigue (passa o copo para o colega ao lado), zigue (volta o objeto para sua frente), zá (passa o copo para o colega).
5. Na primeira vez, a letra é cantada normalmente. Na segunda vez, a letra é substituída por lálá lálálá… e, por último, as crianças fazem todos os movimentos da brincadeira, porém sem cantar a música.
6. Vira o copo aquele que errar um movimento.
http://brisas.wordpress.com/2007/05/27/escravos-de-jo/

Los niños actuales, una alianza con los medios informáticos


http://portal.educ.ar/noticias/entrevistas/-julio-moreno-los-ninos-actual.php
Julio Moreno:


Julio Moreno es doctor en Medicina, psicoanalista, miembro titular y secretario científico de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Ha sido becario y miembro de la carrera de Investigador Científico del Conicet, y realizó parte de su formación posdoctoral en el departamento de Fisiología de la UCLA, en Los Angeles. Entre sus escritos se destaca el libro Ser humano, de reciente aparición, que próximamente se editará en italiano.
En esta entrevista para educ.ar habla de la infancia de hoy, marcada tanto por la revolución mediática e informática y la virtualidad cultural como por la caída del ideal de progreso de la edad moderna que –entre otras cosas– sostenía el paradigma de “cada cosa a su edad”.
“No es cuestión de quedarse de brazos cruzados frente a todo lo que pasa. Hay que saber verlo para actuar no en contra de las tendencias sino desbrozando cuidadosamente lo perverso de lo novedoso, lo obstaculizante de lo creativo”, señala.

Por Verónica Castro

—En su libro Ser humano Ud. toma distintos enfoques: el psicoanálisis, la biología, la física, la antropología e incluso la filosofía y la historia. ¿Coincide con Elizabeth Roudinesco, que sostiene que la infancia se inventó a fines del siglo XVII?
—La subjetividad de un niño surge de una compleja interacción entre su cuerpo biológico y los discursos que reglamentan las relaciones del medio en el que habita. Es importante distinguir “infancia” de “niño”. Infancia es el conjunto de intervenciones institucionales que, actuando sobre el niño “real” –podríamos llamarlo el párvulo– y su familia producen lo que cada sociedad llama niño. De modo que niño es el producto de los efectos de la infancia sobre una materialidad biológica. Eso explica que, como comento en el libro al que hizo referencia, los niños producidos en épocas con diferente concepto de infancia, difieren. Yo no considero estrictamente cierto que la infancia “se inventó” en el siglo XVII, pero sí la infancia que conocimos a principios del siglo pasado, la que encontró Freud. Cada época tuvo su infancia y cada cultura la tiene. No son inventos. Se trata de que los niños son particularmente (hasta neurobiológicamente) maleables, conformables de acuerdo a las pautas y las creencias que sobre ellos se tienen. En el siglo XVII florecieron las pautas de la modernidad, la infancia de la modernidad y –lógicamente– el niño de la modernidad. Pero no se inventaron. Se transformaron de acuerdo con las expectativas vigentes.

—Si siempre han existido variaciones en el concepto de infancia y en los niños que cada infancia genera, ¿cómo caracterizaría estas variaciones a lo largo de la historia?
—Esta pregunta me interesa y es muy actual por lo siguiente: las variaciones en el concepto de infancia y en los niños hasta hace poco eran relativamente lentas. Es decir, tardaban varias generaciones en hacerse evidentes. De modo que las creencias que una generación tenía sobre la infancia podían ser tomadas como invariantes para esa generación. En la actualidad, en cambio, una serie de evidencias indican que las prácticas relacionadas con lo infantil están variando a una velocidad sin precedentes: la nuestra sería la primera generación atravesada por más de un concepto de infancia. Es evidente entonces lo inapropiado y anacrónico que resulta considerar hoy la infancia como una invariante. Hacia fines del siglo XVII se afianzó la creencia moderna sobre la infancia (algo que ya había comenzado). El infante era un ser inocente, como un receptáculo dispuesto a ser formado o más bien rellenado por contenidos apropiados, y requería por ello un trato especial. Aparecieron la escuela tal como la conocemos, los juegos didácticos, la literatura infantil, las diferencias marcadas entre chicos de diversas edades, con ropa, chiches, cuentos para cada edad. El niño debía formarse bien, y recibir a cada edad una dosis justa de “poción” educativa… Ese es el niño con el que se encontró Freud, pero de ninguna manera podríamos decir que ese es “el niño” verdadero y mucho menos que es una constante. Esto es particularmente importante hoy porque los conceptos de infancia y de niño en la actualidad están cambiando de modo más acelerado que nunca. Y esto genera muchísima inquietud en nuestra sociedad.
Para decirlo a muy grandes rasgos, ya que es lo que analizo en cierto detalle en el capítulo 8 del libro al que Ud. hacía referencia: en nuestra sociedad occidental, en el medioevo, no existía el concepto de infancia como una etapa diferenciada, con características propias. El niño era como una breva, y había que esperar que madurara para ser un humano, y “humano” era un ser de la única edad importante: un adulto (preferiblemente varón) maduro. Mientras tanto, los niños no tenían existencia diferencial. Por ejemplo, no se los enterraba, se creía que no tenían alma, no se los representaba pictográfica ni literalmente (habrán notado que la iconografía medieval, cuando por razones religiosas debía representar al niño Jesús, lo presentaba como a un pequeño adulto, un hombrecito que no mira ni toca a su madre; además, en las biografías solía saltearse esa edad molesta). El niño no era lo que se llamó después inocente, ni no inocente, pues no contaban con el concepto de “inocencia”. Poco a poco, por diversas razones, en la modernidad, el niño fue apareciendo como un ser especial, a cuidar y corregir para ser transformado en un adulto adecuado o perfecto. Por ello, en esa época se les recomendó (en verdad se les exigió) a los padres educarlo, a veces de modos rigurosísimos, para transformarlo en alguien sin defectos, en un adulto adecuado. La perfección, el “mundo perfecto” no era divino, como en el medioevo. El nuevo proyecto fue transformar al futuro humano en un habitante perfecto de ese mundo perfecto. El niño se consideraba –ahora sí– un ser inocente, sin malos pensamientos, pero ante todo como un proyecto futuro, todo debía hacerse “para su bien”, pero ese bien no era su felicidad sino el ser en un futuro un humano probo. Cuando aparecían maldades o defectos, estos eran considerados culpa de la influencia de los adultos. Hubo una primerísima época del pensamiento freudiano, que suele conocerse como la “teoría de la seducción”, que enunciaba esa teoría con todas las letras: la sexualidad y la perversión eran introducidas por adultos en el alma virgen y pura de los niños. Y la Iglesia y el Estado –a través de la familia– se encargaban de bregar porque esa intromisión no fuera desviada.
Finalmente, más o menos desde la primera mitad de este siglo, todo este panorama cambió: el niño hoy no se concibe como inocente y lo que se nota es que todos los intentos de las instituciones para “corregir” los desvíos que pudieran “contaminar” el alma infantil, tal como se lo concebía en la modernidad, fracasan. Fracasan sin cesar, eso es lo que distingue a nuestra época. Los niños pueden drogarse, matar, robar, ver sitios, revistas o películas “xxx” más o menos cuando quieren. El niño está en contacto casi directo con los medios, con los que se lleva muy bien, muchas veces mejor que con los adultos. Los medios han advertido que el niño es un vehículo especialmente adecuado para introducirse en el mercado y en la vida humana. Los videojuegos que apasionan tanto a los niños pueden considerarse un entrenamiento para ello. Un niño me decía que era una pena que un personaje inventado por nosotros en el consultorio “no existiera”. “Existir”, para él era existir en la tele. Entonces el niño actual ha perdido, si se quiere, la especificidad que tenía en la modernidad. Hay un programa de TV que se llama Agrandaditos que juega con esta idea, como cuestionando aquella división tajante de la modernidad. “¿Cómo andá’ flaco, ¢ta jodida la mano, no?, ¿viste qué buena está la Pampita?”, puede decir un niño de 5 años. Y eso causa mucha gracia, en parte porque expresa la caída del paradigma moderno de “cada cosa a su edad”.

—A lo largo del tiempo han cambiado las tendencias en cuanto a la crianza; por ejemplo: hemos pasado de la permisividad del Dr. Benjamín Spock al autoritarismo y otras... Hoy ¿dónde estamos parados?
—La pregunta es muy buena y me gustaría tener una respuesta clara o precisa para responderle. Pero no la tengo. Está claro que ni el autoritarismo ni la permisividad conducen a buen puerto. Yo creo que estamos en una situación crítica porque los niños ya no dependen, del modo como lo hicieron en la modernidad, enteramente de su familia. Ya desde muy chiquitos comienzan a interactuar con el medio (ambiente) y con los medios (informáticos), desde los primeros meses. Pero además los padres no son como antes investidos o pensados por los niños como esos seres que saben acerca del mundo, de sus interrogantes e incluso de su futuro (lo que en algún momento consideré la base de lo que llamé “discurso infantil”, el que reglamentaba la relación parento-filial), lo cual hace más complicada la interacción. Yo diría que estamos en un punto intermedio en cuanto a la intervención de los adultos en la vida de los chicos, y que cada vez más se inserta en esa dupla la presencia de los medios. Lo que yo recomiendo a los padres cuando me lo preguntan es actuar sin demasiado libreto, estar cerca pero no “encima”, y particularmente les recomiendo a los padres hacer lo posible por estar al tanto de las novedades que surgen en los medios. No hay peor cosa que considerar que los elementos novedosos son descartables. Conviene que los padres sepan qué son las cartas nuevas (por ejemplo las Magic), los juegos electrónicos nuevos (por ejemplo el Counter Strike), la música nueva (por ejemplo la de los nuevos DJ que mezclan música electrónica)…, y si les resulta difícil, les aconsejo que les pregunten con sinceridad a sus hijos qué es eso, que les pidan instrucciones para entender.
Los medios y las tendencias “naturales” tienden a que el gap entre generaciones se amplíe, que los adultos no sepan nada de aquello que apasiona a los chicos (incluso, como digo en el libro, creo que esto es una estrategia de las compañías que venden productos infantiles), y eso es muy peligroso. Ojo, no digo que los padres deban invadir el territorio privado de los niños, ni transformarse en “pendeviejos” que van a los recitales, se “empastillan” o se vuelven fans de los videojuegos para estar con sus críos. Hablo de una cierta naturalidad al hablar con ellos de esos temas, que no den por sentado que son cosas de pibes que no tienen nada que ver con ellos.

— ¿Podría darnos algunos ejemplos concretos de las nuevas prácticas de crianza que genera la cultura actual, y en qué forma afectan la subjetividad del niño? Y, particularmente, ¿cuál es efecto de la aparición de la red y las TIC en la producción del niño actual del que Ud. habla?

—Toda práctica afecta la subjetividad, y las prácticas de crianza lo hacen con particular eficacia. Además, las nuevas prácticas de crianza varían incesantemente. La intervención de ámbitos extrafamiliares es cada vez más precoz. Varios prestigiosos colegios han inaugurado salas de 18 meses (apenas los críos saben caminar) para el ingreso precoz de niños (recordemos que hace apenas 40 años la edad de ingreso era entre 5 a 7 años). La intromisión de la “tele” y de la “compu” en los hogares o en el barrio es imparable, y una vez que “eso” ingresa se rompe lo que solía ser un mundo un tanto cerrado del círculo padres-niño. Fíjense lo rápido que ingresa el chat en las casas o en los locutorios. Y cuando un usuario ingresa al chat, introduce un registro imparable en una conversación que no ha visto empezar, que no verá acabar y en la que no tiene por qué contactarse ni conocer la presencia de nadie, ni nadie de conocerlo a él. Una conversación, una vitalidad cultural y expresiva cuyo final no puede ni siquiera intuirse y cuyo inicio resulta indescifrable. Virtualidad cultural que, aunque dependa en cierto modo de ellos, es ajena a las particularidades de los individuos. Se forma así una suerte de cuerpo –ese chat– que tiene una existencia propia, como una ciudad con barrios sin localidad alguna, habitado por una comunidad imaginaria de moradores fugaces provenientes de orígenes remotos y diversos. Esa comunidad no tiene nada que ver con la familia, ni con el barrio que solimos conocer. Además en el ciberespacio es posible que cada quien no sea definido por su yo, ni por su referencia corpórea. Cada quien puede ser varios. Con diversos nicknames y hasta con diverso género. Desde la visión moderna de persona madura, como un Uno coherente, podría entenderse que se trata simplemente de un recreo o de una suerte de pérdida de tiempo que podría ser invertido en actividades lucrativas o tendientes a “formar” a alguien según un “proyecto”. Sin embargo, en estos tiempos el chat aparece como un espacio sustitutivo y aparentemente necesario en el que los usuarios juegan con facetas de su personalidad. Juego que no rara vez aparta al usuario del contacto social “directo”, pero que en realidad lo sumerge en otro tipo de contacto que tiene un costado creativo propio. Es un juego en el que juegan personajes con roles construidos mediante la acumulación escénica de características cuyo objetivo es la verosimilitud. En ese medio suele verse brotar constantemente –y muchas veces sin consecuencias evidentes– que, además de ser a veces notablemente creativos, conllevan la característica evanescente y la fugacidad de la conexión y las figuraciones fluidas. La edad de ingreso al chat ya no es de adolescentes maduros, está disminuyendo día a día.
Pero debo insistir en que todo esto es imparable. Sería ridículo y contraproducente aislar o prohibir este tipo de posibilidades a los niños. Es más, yo creo que constituyen un verdadero aprendizaje para lo que serán las futuras tecnologías. Se calcula que en unos 10 o 20 años todos los oficios se podrán aprender en “simulators” (como los flight simulators) y que las comunicaciones en Red sustituirán más y más a los “encuentros de negocios”. En ese sentido los niños, jugando, van aprendiendo a vivir en un mundo que es el que les va a tocar. Es un entrenamiento para la realidad virtual que seguramente habitaremos. ¿Podríamos oponernos a eso? No, lo mejor es acompañarlos para evitar que se pierdan por ahí.


— ¿Cómo se traduce la influencia que las nuevas formas de conexión en red ejercen sobre las estructuras cognitivas del niño actual?
—Creo que definitiva e inevitablemente las afectan. Es un modo en que los humanos contemporáneos estamos –queriéndolo o no– “preparando” o “formando” a los sujetos del futuro. Que eso esté “bien” o “mal” o que a cada quien le guste o no es otra cosa. Por ejemplo, si se tiene a mano internet, averiguar un dato sobre Nigeria o sobre cómo se deben cultivar las amapolas en una enciclopedia es hoy una antigüedad. Uno cliquea Google-amapolas-cultivo, o Altavista-Nigeria-Geografía y se encuentra con toda la información que puede requerir. Lo mismo para el dibujo técnico.
Yo no veo que sea un inconveniente que los niños se familiaricen con ello. Lo que habría que tratar es que esos implementos técnicos no hagan daño o mella en lo que podríamos llamar “creatividad” o contacto interhumano. Y es cierto que hay veces en que sí hacen mella, que se presentan formaciones sintomáticas de niños retraídos o de personajes que evitan el contacto humano y se apoyan para ello en las nuevas formas de conexión en red.
A mí lo que me preocupa es que cada vez se prepara más a los niños para una enseñanza técnica, y menos en una educación integral, en una formación personal. Que cada vez prevalezca más “la máquina” como modelo sobre “el humano”. Pero la verdad es que no sé si, tal como están las cosas, eso es evitable. No creo que lo sea enseñando más latín, griego y sánscrito y menos 3Destudio, Fotoshop o Excel. Hay que buscar un equilibrio pero además saber que uno no tiene las cuerdas que manejarán el destino de nuestros hijos como si fuesen títeres.
Creo que eso en sí, y sobre todo si lo podemos trasmitir, ayudará. Como ayudará saber que el mundo tecnológico, tal como van las cosas, acabará con nuestros recursos y por destruir nuestro planeta.

—¿Cuál es el valor didáctico de los videojuegos y los juegos en red?
—Sin duda es enorme. Yo creo que los videojuegos son como prácticas de entrenamiento del niño futuro, como prácticas de la realidad virtual. Entrenamiento que ya da resultados. Pongan a un adulto y a un niño de 6 años frente a un aparato con botones y órdenes para ellos previamente desconocidas. Verán con seguridad que el adulto tarda en dominar la prueba (si es que llega a dominarla) muchísimo más que el niño. El asunto es que en un futuro no muy lejano todo será accionado y controlado de esa manera. Y además, a medida que lo es pierde ese sentido de “artificialidad” que por ahora tiene. En alguna época el teléfono o el reloj fueron máquinas sofisticadas, de difícil manejo. Hoy son como nuestros dedos. Las máquinas informáticas y la red seguramente serán como extensiones de nuestras manos. Es cierto que tendríamos que estar alertas para no perder el sentido que tiene lo cotidiano, las relaciones humanas, el trato directo con la materia, pero sin tener miedo a la tecnología.


— Los cambios de la cultura actual han puesto en el tapete ideas tales como que los chicos aprenden solos, espontáneamente, y lo atribuyen a la pérdida del valor de la trasmisión cultural, producto de que nuestras instituciones no pueden dar cuenta de los niños actuales. ¿Qué piensa Ud. al respecto?
—Me parece crucial y muy conveniente diferenciar entre lo que se podría llamar “aprendizaje” y “enseñanza”. El aprendizaje es perfectamente posible a través de una máquina, de un programa. La enseñanza requiere de algún tipo de intersubjetividad, de la presencia de al menos dos seres humanos. La relación típica de este último es la del maestro y el alumno, y en ella intervienen sutiles elementos como la identificación. Es uno de los modos en que el humano se diferencia del resto de los animales: en nuestra práctica de crianza, los humanos nos conformamos diferentes. Es por ello que los humanos provenientes de culturas diferentes somos diferentes, porque nos conformamos como aquellos que nos enseñan. Y esto incluye algo que va muchísimo más allá de una enseñanza tecnológica, nos conformamos como humanos, con escalas de cultura, con éticas y con valores particulares que, además, transferimos a nuestros hijos. Es por ello que lo humano adquiere esa característica plástica única. Los leones son siempre leones, las gaviotas siempre gaviotas. Todo en ellos depende de la potencialidad inscripta en su genoma. Pero en los humanos esa potencialidad es tan enorme que su conformación en la crianza y en la enseñanza es lo determinante.

—¿Qué lugar puede llegar a ocupar la escuela en este nuevo contexto?
—Y, debería tener un lugar crucial. Porque al abandonar o quedar de costado –como está relativamente quedando– la familia en esa cadena de transmisión o de conformación de humanos que es la crianza, la escuela es como un eslabón fundamental que está ubicado en el centro de la cuestión. Es ese además el ámbito en el que los niños están con sus pares, donde intercambian pautas, conductas, enseñanzas y aprendizajes, y debería ser donde ocurran imposiciones, inscripciones, implantaciones (la podemos llamar de cualquiera de los tres modos) que son cruciales, porque no se dan solas. Es por otro lado el lugar en el que sea cual sea la intervención del Estado en estas cuestiones está indicado que se dé. No es cuestión (respondiendo a la pregunta anterior) de quedarse de brazos cruzados frente a todo lo que pasa. Hay que saber verlo para actuar no en contra de las tendencias sino desbrozando cuidadosamente lo perverso de lo novedoso, lo obstaculizante de lo creativo

Les jeux traditionnels du Nord, entre tradition ludique culturelle et modernité sportive

ilustração digital Paulo Vasconcelos


Os jogos tradicionais do norte da França, entre a tradição lúdica cultural e modernidade esportiva
Mickaël Vigne et Christian Dorvillé


Síntese:


Para os autores franceses os jogos ao longo do devir histórico passaram por uma transformação decorrente da própria história dentro do panorama da Globalização, ou Mundialização, em que predomina hoje a concorrência a competição fruto dos tempos do Liberalismo, do capitalismo.Isto atingiu não os os jogos como a cultura no seu todo, o que se fez perder a identidade das cultura e suas práticas rituais.
"Tal globalização, sinônimo de uniformidade e perda de identidade, mas também a atenção dada aos valores educacionais cujas culturas estão aglutinados. A dialética entre tradição e modernidade corpo lúdico do esporte é o cerne do pensamento dos autores. Os esportes e jogos tradicionais, que são parte do legado ethnomotor e representam um símbolo da diversidade cultural das nossas sociedades, têm sido suplantado no século passado por esportes modernos, jogos de nível internacional com o exercício global Jogos Olímpicos ou Campeonatos do Mundo são especializados representantes emblemáticos. Uma abordagem etnográfica por observação direta, com foco em jogos tradicionais, desportos no norte da França e exemplificado pelo caso de dardos, podemos destacar o processo em esportes de ação e desafios dessa dinâmica de sustentabilidade prática, mas pode diluir a identidade territorial a qual antes a s culuras estavam atenadas."Trad e resumo Paulo Vasconcelos



Socio-logos, revue publiée par l'association française de sociologien°4 > Articles


Résumé
La thématique relative aux cultures traditionnelles bénéficie actuellement d’un regain d’intérêt en réaction à la mondialisation synonyme d’uniformisation et de perte d’identité mais également de l’attention portée aux valeurs éducatives dont les cultures sont porteuses. La dialectique entre tradition corporelle ludique et modernité sportive est au cœur de notre réflexion. Les jeux et sports traditionnels, qui font partie de l’héritage ethnomoteur et représentent un symbole de la diversité culturelle de nos sociétés, ont été supplantés au cours du dernier siècle par les sports modernes, jeux d’exercices physiques internationaux de niveau global dont les Jeux Olympiques ou les Championnats du monde spécialisés sont les représentants emblématiques. Une approche ethnographique par observation directe, centrée sur les jeux sportifs traditionnels du Nord de la France et exemplifiée par le cas du jeu de fléchettes, permet de mettre en évidence le processus de sportification à l’œuvre et les enjeux de cette dynamique : pérennisation de la pratique mais risque de dilution de l’ancrage identitaire territorial.

Table des matières
1. Introduction
2 Précisions terminologiques
3. Perspective historique
4. La culture régionale en débat
5. Le jeu traditionnel entre patrimoine et modernité sportive
6. Aspects méthodologiques
7. Les jeux traditionnels du Nord, vers une dynamique sportive
8. Jeux traditionnels et sports : quel clivage ?
9. Conclusion


Texte intégral



1. Introduction


Les jeux traditionnels, autant que l’art culinaire, l’architecture ou le patois par exemple témoignent d’une culture propre à un espace géographique particulier et affirment une identité régionale. Ils appartiennent à la culture populaire et sont issus du patrimoine historique de l’humanité. « On dit des jeux traditionnels qu’ils sont complexes, que les techniques auxquelles il se référent sont vieillottes ; mais ils méritent peut-être, malgré leur caractère suranné, d’être réhabilités car, aux plans moteur et stratégique, ils sont tout aussi riches que d’autres pratiques plus actuelles. S’initier à des jeux mal connus peut être considéré comme " activités nouvelles " au sein d’une programmation ». (Collard, 1998, p.72). Du fait de nombreux auteurs, Elias (1973), Mauss (1966), Warnier (1999), nous admettons l’hypothèse selon laquelle les jeux sont témoins et agents de la société qui les accueille : parce que d’une part ils reflètent l’essence des normes et des valeurs sociales que la société diffuse ; et d’autre part, ils sont un élément fondamental de la construction de l’identité culturelle. Ainsi l’analyse précise par P. Parlebas (2003) des jeux exposés dans un tableau de P. Bruegel et de ceux gravés dans une série d’estampes de J. Stella permet de dégager la logique motrice de la société d’appartenance à travers par exemple le rapport spécifique à l’espace, aux objets et au temps, ou même les façons d’en assumer les rôles. Du jocus1 médiéval aux jeux de la Renaissance, de la gymnastique républicaine aux Jeux Olympiques modernes, il n’y a pas continuité mais rupture culturelle liée aux transformations des mœurs, du niveau technologique, du rapport au monde… Ainsi N. Elias et E. Dunning (1994) font le constat d’une discontinuité qui définit le sport à partir des caractéristiques qui le distinguent d’autres formes de loisirs antérieurs ou concurrentes : abaissement du degré de violence autorisée dans la mise en jeu des corps, existence de règles écrites et uniformes codifiant les pratiques, autonomisation du jeu sportif par rapport aux affrontements guerriers ou rituels, développement d’une éthique de la loyauté qui ne sépare pas le désir de victoire du respect des règles et du plaisir du jeu quelle qu’en soit l’issue. En resituant le sport dans une dynamique de longue durée, N. Elias et E. Dunning peuvent analyser le phénomène sportif, dans sa double dimension de pratique corporelle et de spectacle de mise en jeu du corps, comme un produit de civilisation et le distinguer des jeux traditionnels.

Face à la menace d’une disparition progressive, des mouvements associatifs, dont l’association Wellouej2 à Lille, s’investissent très activement pour restaurer et sauvegarder ces jeux traditionnels et maintenir bien vivantes les traces de cette culture physique populaire à laquelle ethnologues et historiens tentent de rendre aujourd’hui sa dignité. Bon nombre de ces jeux s’inscrivent dans une logique institutionnelle telle la recherche de l’agrément ministériel des Sports afin d’obtenir les moyens financiers, humains, indispensables à leur pérennisation. Il s’agit localement des cas du javelot tir sur cible, de la bourle ou du tir à l’arc vertical. Une partie de ces jeux, initialement simples défis interquartiers ou intervillageois, aux règles évolutives, a été codifiée et est devenue des « quasi-sports » avec un règlement pointu et des infrastructures permettant aux pratiquants de se mesurer en toute équité. Nous exemplifierons ce processus en étudiant le cas du jeu de fléchettes traditionnelles. A contrario, la « balle au tamis » illustre la disparition d’une pratique qui n’a pas su prendre le virage de la sportification. Ce passage des jeux traditionnels aux « sports » n’est pas propre au Nord (pelote basque, joutes languedocienne, yole martiniquaise, lutte bretonne, course landaise, course à la cocarde camarguaise…). Cependant, lors de cette transformation structurelle, les sports modernes s’opposent aux jeux traditionnels. En ce sens, une définition des sports d’Allen Guttmann permet de mesurer ce qui les divise, et de fait, ce qui permet de les distinguer : « les sports sont définis comme des compétitions physiques et ludiques, c'est-à-dire comme des compétitions non utilitaires, qui intègrent la mesure des performances physiques… » ([1978], 2006, p.25).

Il nous semble dés lors paradoxal de poursuivre la sauvegarde d’un patrimoine ludomoteur3 local par une sportification qui en uniformisant les conduites praxiques des participants gomme de facto toutes les particularismes au cœur de l’identité régionale. Par exemple, une sociabilité particulière née dans les origines historiques de la pratique ou des représentations pour une communauté définie et identifiée en fonction d’un territoire délimité.

L’abandon progressif des pratiques locales au profit de pratiques à vocation universelles transforme la planète en grand village et permet certes des échanges corporels entre des personnes situées aux antipodes mais uniformise concrètement les espaces, les temps, les objets, les comportements. De fait, la diffusion hégémonique du système sportif entraîne la mise à l’écart de la plupart des autres pratiques et se fait au détriment des jeux traditionnels, symboles de la diversification culturelle, de l’esprit communautaire. Ces derniers, pour assurer leur pérennisation, doivent alors entamer un processus de sportification, seul garant de l’appui matériel, logistique ou humain des instances institutionnelles. Mais ne risquent-t-ils pas d’y perdre leur valeur et leur spécificité ?

2 Précisions terminologiques
Arrivé à ce point de notre démarche, un problème se pose rapidement : quel sens accordons-nous aux mots que nous employons ? Les termes de jeux, sports, sont très polysémiques et pour éviter les confusions, il convient de s’accorder sur la signification des concepts que nous associons aux diverses réalités des modalités de pratique corporelles. Nous référant aux travaux de P. Parlebas (1999), nous pouvons définir opérationnellement certaines catégories.

En premier lieu, les « sports » correspondent à des pratiques motrices strictement codifiées sous forme de compétitions et soumis à un règlement institutionnel sous la tutelle d’instances internationales tel le Comité International Olympique (athlétisme, gymnastique, natation…). D’autre part, les « quasi-sports » qui sont aussi des pratiques motrices institutionnelles, conçus sur le modèle des sports mais semi-institutionnalisées et qui ne possèdent qu’un rayonnement régional et n’ont pas réussi à atteindre une notoriété internationale (longue paume, joutes nautiques du midi, course landaise…). D’autres activités sont désignées comme étant des « jeux sportifs traditionnels » (Marchal, 1992) : ce sont des jeux physiques non institutionnels enracinés dans une longue tradition culturelle et à fort ancrage local (balle au chasseur, jeu de barre, Galine, etc.). Enfin, nous observons une dernière famille d’activités ludomotrices « les quasi-jeux sportifs », jeux physique qui sont pratiqués de façon informelle sans impératif de compétition, ni règle pré-établie et soumis à des usages locaux sous dépendance des impératifs du milieu extérieur tout en gardant une grande part d’improvisation (glisse urbaine, jogging, urban golf, etc.)

3. Perspective historique
Etudier l’évolution des jeux traditionnels, leurs modes de pratique et leurs tentatives de survie conduit à s’interroger sur les lieux et les temps dans laquelle cette forme d’activité sociale et corporelle s’insère, sur le rôle fédérateur qui lui est associé. Certains travaux, dont ceux de Roger Chartier (1988), Georges Vigarello (2002), Philippe Tétart (2007) ont montré que le sport, aujourd’hui hégémonique ne couvre pas l’ensemble du champ des pratiques corporelles depuis longtemps. Sa spécificité (standardisation des espaces, temporalité laïque, esprit de compétition et individualisme…) est révélatrice de l’état de la société et de sa culture à un moment donné, ainsi que le notent Sylvain Villaret et Phillipe Tétart « en l’espèce, il est largement admis que le sport moderne apparaît en Angleterre comme en France, lors du passage de la société traditionnelle à la société industrielle » (2007, p.262). Ce processus marqué par la création d’institutions, l’instauration de nouveaux modes opératoires comme la rationalisation des calculs, la mesure précise du temps, l’établissement d’un calendrier compétitif, la mise en avant du record, etc. se met en place en France à partir de la fin du XIXe siècle. A cette période, des pratiques corporelles comme les jeux traditionnels ou la gymnastique attirent plus d’adeptes et quadrillent plus efficacement le territoire. Les années 1890 voient ainsi cohabiter différentes formes de spectacle : les défilés de gymnastique propices aux pratiques conscriptives, les jeux traditionnels et les premières compétitions sportives (courses vélocipédiques, exhibition de boxe, etc.). Avant que le sport s’enracine, profitant du foisonnement associatif lié à la loi de juillet 1901 et des lois sociales de 1906, des jeux traditionnels restent bien vivaces et jouissent d’une forte audience dans certaines régions de France. Comme le remarque Alex Poyer, « l’extrême nord du territoire est sans conteste le foyer le plus actif avec une multiplicité de pratiques comme le tir à l’arc, à l’arbalète, le jeu de boules ou la colombophilie » (2007, p.19). Cependant, nous remarquons malgré tout que quelques jeux traditionnels pratiqués sous l’Ancien Régime comme la soule ou le jeu de paume par exemple sont en voie de disparition au XIXe siècle. Mais quels que soient la région et le jeu traditionnel pratiqué, les groupements de joueurs ont en commun de perpétuer la tradition des cercles, plus que se s’inscrire dans la mouvance sportive car l’exercice corporel est d’abord prétexte à réunion plus que finalité en soi. Pour preuve, ces activités ne sont pas régies par une codification uniforme et stricte, n’ont pas une véritable visée compétitive et ne cherchent pas à se mouler dans une structure de type national. De plus l’affinité corporative et l’assise socioprofessionnelle de ses adeptes sont en très grande majorité populaires. Alors que les pôles urbains vont, dès la fin du XIXe siècle, accueillir favorablement les sports athlétiques, synonymes de modernité et de progrès, les zones rurales y sont plus rétives et continuent de pratiquer les activités physiques traditionnelles. Progressivement, le jeu va être considéré comme puéril et seulement préparatoire aux pratiques modernes ainsi que le formule Bertrand During : « l’essor des gymnastiques puis des sports est symétrique du déclin des jeux et autres pratiques traditionnelles. Le développement des gymnastiques qui prépare celui des sports modernes se construit sur la critique des jeux. Les nouvelles pratiques s’opposent aux anciennes » (2000, p.47). Notons que dés la fin du XVIe siècle, la tentation est grande pour les autorités en place d’interdire la pratique des jeux, source de désordre public mais aussi objet de réprobation pour les autorités religieuses qui considèrent le jeu comme un divertissement futile qui éloigne le fidèle des préoccupations de l’au-delà.

Les jeux et les fêtes sont des loisirs du peuple. Ainsi que le relate Philippe Jessu à propos de la sociabilité chaleureuse et dynamique des gens du Nord : « le samedi et le dimanche, des soirées chantantes comme des soirées de longue pipes étaient organisées dans les estaminets. On y dansait, on y jouait aux cartes, aux boules ou aux fléchettes » (1981, p.54). Claude Fourret (2000) montre, à partir de l’analyse des carreaux de faïence conservés au musée de l’Hospice Comtesse de Lille, tout le foisonnement des jeux populaires : toupie, volant, crosse ou lutte qui évoquent les jeux peints par Pierre Bruegel l’Ancien. A partir de l’analyse des déclarations de sociétés d’agrément qui devaient être autorisées c'est-à-dire avant la promulgation de la loi de 1901 sur les association, nous pouvons constater qu’avant 1880, les sociétés de jeux traditionnels concernant les bouchons, les boules, les fléchettes, les quilles, les jeux de balle, le tir à l’arc, le billard sont plus nombreuses que les sociétés de gymnastique et de sport à Lille. Ce mouvement s’inverse après 1890 même si la pénétration du sport dans le Nord est plus lente dans les petites villes et les campagnes.

La plupart d’entre eux survivent actuellement mais sur le mode dévalorisé de pratiques enfantines ou relevant également du domaine folklorique. L’exemple de la bourle illustre la survivance de certains jeux. Celui-ci se joue dans une aire de jeu spécialement aménagée, au nom de bourloire, qui s’installe parfois au fond des cabarets et des estaminets, d’autres chez soi pour bien des ouvriers ou à côté de la place centrale du village. C’est une piste d’environ 23 mètres de long sur 3,5 mètres de large, dont les bords sont relevés, formant ainsi une aire de jeu concave. De chaque extrémité est incrusté dans le sol, l’étaque, qui est un objet métallique à atteindre se situant à la limite d’une fosse. Le principe : faire rouler la bourle au plus près de l’étaque, sans qu’elle tombe dans le fossé. Chaque joueur, que l’on appelle bourleux en patois, dispose de deux boules en bois (bourle) qui ont la forme d’une roue pleine, en bois de gaïac, de noyer ou de quebracho (arbre d'Amérique du Sud), de 30 cm de diamètre, épais de 10 à 15 cm, dont les bords sont arrondis et dont le poids varie entre 4 et 8 kg. Ce jeu de bourle est un des plus populaires. Il est l’occasion de concours, suivis la plupart du temps par des libations. Selon C. Fourret « A la fin du 19e siècle, il, fait partie de la sociabilité non seulement des ruraux mais aussi des ouvriers, souvent fraîchement arrivés des campagnes » (2000, p.21). Il n’entre réellement en concurrence avec le sport qu’après la première guerre mondiale : l’opposition entre les publics et les pratiquants est alors grandissante. Aujourd’hui Wattrelos demeure la capitale incontestée de la bourle dans la métropole. On trouve encore quelques bourloires dans les arrière-salles des cafés wattrelosiens dans la plus pure tradition nordiste des jeux de café où l’on sortait encore il y a peu en famille. Il faut toutefois noter que le nombre des bourloires s’est pourtant considérablement réduit au fil des décennies. Par exemple à Tourcoing, on recensait 244 bourloires en 1900, il n’en reste qu’une dizaine aujourd’hui. En fait, beaucoup d’établissements transforment volontiers ces grands espaces de jeu en salles de banquet. La tradition, échue à quelques clans d’anciens dans une poignée de lieux encore préservés, risque de disparaître peu à peu, même si certains jeunes perpétuent ce loisir ludique et convivial qui semble d’un autre temps. On retrouve dans ces réunions de « bourleux » un peu de l’atmosphère populaire et bon enfant des cafés ouvriers de l’entre-deux guerre.

4. La culture régionale en débat
Comme le constatent Christian Bromberger et Mirelle Meyer « associant deux mots au contenu fuyant, la notion de culture régionale prête à controverse » (2003, p.1). Selon une définition classique, la culture est pour Guy Rocher, « un ensemble lié de manières de penser, de sentir et d’agir plus ou moins formalisées qui, étant apprises et partagées par une pluralité de personnes, servent d’une manière à la fois objective et symbolique, à constituer ces personnes en une collectivité particulière et distincte » (1968, p.18). Elle connote, dans des proportions variables, un art de vivre ancré dans un territoire, un sentiment de « pays », un « entre-soi », un folklore pittoresque volontiers exhibé à des fins touristiques, la défense et la promotion d’une langue régionale et parfois une revendication d’autonomie. On peut y trouver en filigrane une conception idéologique entre les partisans d’une visée « jacobine » ou « girondine » de la République sur le statut souhaitable des cultures régionales. Si l’expression même de « culture régionale » est récente, du fait d’une circulaire du ministère de l’Education nationale qui l’officialisa en 1969, elle est l’héritière de revendications qui s’opposent au modèle de l’Etat-Nation centralisateur. En effet, la promotion actuelle des régions est corrélée avec la construction d’une Europe qui tente de faire craquer le corset des Etats-nations. Dans le département du Nord, le mouvement régionaliste naît au début du 19e siècle dans les milieux érudits du Comité flamand de France. A la fin du siècle, le relais est pris par l’extrême droite nationaliste et par le mouvement ouvrier, qui voit dans la culture locale l’expression du peuple prolétaire. « Contre le sport, marqué par le capitalisme et la domination économique et financière, les partisans des traditions populaires défendent les jeux locaux » (Fourret, 2000, p.22). Au lendemain de la première guerre mondiale, le régionalisme influence la politique locale. Par exemple, des congrès se tiennent, où l’on dénonce le détournement des richesses produites dans le Nord par l’état français. Ainsi, dans le domaine des pratiques corporelles, Lille sous la houlette de Roger Salengro et de Henry Jooris, défend un régionalisme traditionaliste en matière de jeux et de sport comme la pratique de la longue paume ou des joutes nautiques alors que le maire de Roubaix Jean Lebas, est le défenseur d’une politique du sport et des loisirs de masse en promouvant de sports tels le vélo, la boxe ou le football, seule capable d’offrir un plein épanouissement intellectuel et moral aux ouvriers.

Qu’entend-on par culture régionale ? Avec Bromberger et Meyer, l’expression désigne « un ensemble de pratiques territorialisées promues volontairement au rang d’emblèmes signalant aux autres des singularités positives, sources de fierté pour les gens du lieu : costumes, gastronomie, et produits régionaux, style architectural, traditions festives spectacles, jeux locaux » (2003, p.2). Il s’agit là d’une culture choisie, représentée, exposée. Dans un contexte concurrentiel où la région n’est pas seulement un outil de catégorisation spatiale, ces éléments jouent un rôle important pour asseoir la notoriété et l’image d’un territoire. Il suffit de penser entre autres, au succès des festivals interceltiques, du chant polyphonique corse, de la pelote basque, et autres manifestations folkloriques du genre. Ainsi, se pose le problème de l’échelle spatiale pertinente. Les régions administratives ayant été créées sur des critères économiques et non pas historiques ou culturels, il est parfois difficile de trouver un cadre homogène : « pays », province, département ou aire linguistique ?

Face à la montée du tourisme, les manifestations culturelles régionales sont devenues des « produits d’appel ». On assiste à un retour à « l’ancien » et au patrimoine en tant que forme d’authenticités et de valorisation des spécificités locales. Dans ce cadre, les jeux traditionnels, fruits d’une évolution au cours des siècles, sont socialement ancrés dans la tradition et partie intégrante de la culture locale populaire à laquelle les touristes aujourd’hui attachent de l’importance. Comme le note Erik De Vroede : « ils font partie du patrimoine immatériel qui, depuis quelques années, fait l’objet d’un intérêt croissant du fait notamment de l’implication de l’Unesco » (2006, p.110). Cet organisme s’évertue à protéger et à promouvoir notamment les jeux et sports traditionnels en vue de favoriser l’esprit de communauté et d’instaurer le sens de la fierté des racines d’une culture4. Ces jeux traditionnels, vitrine du patrimoine sportif et culturel local, constituent un atout majeur pour le rayonnement touristique régional, même si certaines réserves peuvent être observées sur les politiques de valorisation. Depuis les années 1960 et l’avènement d’un tourisme balnéaire de masse, on constate dans le Languedoc, la mise en spectacle de joutes qui, par l’aspect folklorique qu’elles animent, deviennent plus que jamais la vitrine de stations de plaisance en participant aux réjouissances mises en place pour les estivants. Par exemple, la commune de Sète met à la disposition des piétons des quais, installe un grand écran sur un pont ou éclaire le canal pour les joutes nocturnes. Tout est mis en place pour dynamiser le folklore et développer le tourisme. A l’opposé septentrional, le Sportimonium, musée du sport de Flandre, sis à Hofstade, conscient que les jeux traditionnels, comme patrimoine immatériel, constituent un élément non négligeable d’un point de vue touristique, a aménagé un parc de jeux traditionnels en plein air, où le visiteur peut découvrir activement un échantillon de jeux tels que le jeu de passe, le jeu de boule dans une bourloire creuse ou le tir à l’arc. La valorisation touristique des jeux traditionnels peut prendre d’autres formes que les musées. Ainsi, les parcs de loisirs, concours, événements, ou autres animations se développent fortement. Ces manifestations qui se garnissent de jeux traditionnels constituent une opportunité de découvrir une culture du jeu, aussi bien dans d’autres pays que le sien propre. Toutefois, ces jeux ont pour caractéristique principale d’être vivants, ce qui induit qu’il ne peut y avoir de jeux traditionnels qui ne soient que touristiques.

5. Le jeu traditionnel entre patrimoine et modernité sportive
Les jeux deviennent traditionnels dés lors qu’ils ont été transmis de générations en générations. Ils se définissent ainsi de manière diachronique dans un premier temps. La tradition est ce qui d’un passé persiste dans le présent où elle est transmise et demeure agissante et acceptée par ceux qui, à leur tour, au fil des générations, la transmettent. Mémoire orale, conservation du patrimoine, « transmission par des procédures très codées du savoir le plus valorisé » (Balandier, 1988, p.92), sont autant d’éléments qui participent à cette lecture traditionnelle et qui définissent l’identité culturelle des jeux anciens. Puis synchroniquement, ils s’identifient à un territoire qui est un espace géographique à propos duquel un groupe humain développe des sentiments d’appartenance et d’appropriation. Une pratique traditionnelle attachée à un territoire peut être considérée comme un moyen de conforter son identité à l’image des joutes à Givors, de la pelote au pays basque, de la tauromachie en Camargue ou de la lutte bretonne (Ar gouren). Les équipements spécifiques deviennent dès lors des repères sociaux souvent emblématiques. Le fronton, pour la pelote basque, est un élément fort de la culture basque. En incarnant la localité, les jeux traditionnels sont des lieux d’expression identitaire. Ils sont le miroir des sociétés. Nous l’évoquions, ils en sont les témoins car ils reflètent l’essence des normes et des valeurs sociales et agents en constituant un élément fondamental dans la construction de l’identité culturelle. Dans cette perspective, la notion d’ethnomotricité définie par P. Parlebas comme « le champ et la nature des pratiques motrices envisagées sous l’angle de leur rapport à la culture et au milieu social au sein desquels elles se sont développées » (1986, p.128) met en exergue les façons de se servir de son corps et la dynamique culturelle propre à un territoire et à une période donnée. De plus, « les données ethnomotrices mettent en évidence le poids des facteurs socioculturels sur les pratiques corporelles concernant autant les situations sociomotrices que psychomotrices. La grande diversité des pratiques corporelles en fonction de l’époque, du lieu et des groupes témoigne de l’influence despotique des normes et des valeurs sociales sur la mise en jeu du corps » (1999, p.56). Les situations motrices à travers les jeux, à l’instar d’une structure linguistique, sont le produit d’une culture, et en quelque sorte ils sont la condition de la culture par la transmission des savoirs corporels dans un contexte social particulier. Il s’agit là du concept des techniques du corps développé par Marcel Mauss, c'est-à-dire la « façon dont les hommes, société par société, de manière traditionnelle savent se servir de leur corps » ([1934] 1966, p.365). Ainsi, par exemple, la pratique de la joute nautique existe dans différentes régions de France où la présence de l’eau a engendré des activités, fixé une population et développé une structure sociale. Des formes de cette pratique sont connues à Givors, autour de Sète, mais également dans le Nord à Arras où les premières joutes remonteraient à 1812 lors des fêtes votives.

Les jeux oscillent en permanence entre deux pôles : celui patrimonial de la tradition et de l’identité culturelle héritée, perpétuée et celui de la modernité via la sportification des pratiques, berceau de sa survivance. Mais comment rester une pratique identitaire, conservant les traits caractéristiques du territoire qui la porte, quand le modèle d’organisation sportif vient phagocyter sa singularité ?

Le passage des jeux traditionnels aux sports a été analysé par un certain nombre d’auteurs comme par exemple J. Camy sur les joutes givordines (1985), J.P. Calède sur la pelote basque (2002), J. Pruneau sur les joutes languedociennes (2003), L. Robène sur la lutte bretonne (2006) etc. Ce processus apparaît comme la dernière solution pour éviter une disparition progressive. Certaines d’entres-elles ont trouvé dans l’institutionnalisation une reconnaissance sportive liée à la mise en place d’un cadre compétitif. Tel est le cas entre autres avec la boule lyonnaise et la pelote basque. D’autres n’ont pas réussi leur intégration au milieu sportif et sont encore marginalisées ou ont disparu. Tel est le cas du jeu de quille malgré une tentative de fédération, de la paume lilloise supplantée par le tennis, dont les caractéristiques sont plus conformes aux principes du sport moderne. En effet, en ce qui concerne les sociétés de jeux de paume, elles se sont regroupées après la première guerre mondiale en une fédération dont la présidence échoit à Henri Jooris. Associé à la pelote basque, son importance décroît avant de disparaître après la seconde guerre mondiale, probablement en raison de l’absence de compétitions internationales.

La sportification est un phénomène qui se décompose en trois mécanismes. Le premier concerne l’institutionnalisation de la pratique avec la mise en place d’une bureaucratisation et d’une formalisation des normes : réglementation et uniformisation des lieux et des temps de pratiques, mise en place d’un championnat, hiérarchisation des performances et classement par niveau, sexe, âge. Alors que les règles du jeu sont discutées et « laissant à chaque partie, la liberté de conclure un pacte singulier entre les participants » (Epron et Robène, 2006, p.152), à l’inverse, le sport suppose une standardisation des règles et des normes, un comptage strict et un contrôle pointilleux. Le deuxième, met l’accent sur la codification de l’activité sportive - par la recherche de la performance - à travers la normalisation des entraînements et des compétitions, la mise en place d’écoles de sport, la spécialisation des rôles et l’apprentissage de modèles techniques les plus efficients. Enfin le dernier mécanisme, s’inscrit dans la mise en scène et la médiatisation croissante, garante de visibilité des événements et de l’orthodoxie sportive. La recherche du spectacle est garantie par l’équité des protagonistes, l’opposition « des meilleurs égaux » mis en lumière par Paul Yonnet (2004).

L’avènement d’une structure « sportifisante » affecte l’identité culturelle des jeux traditionnels : les orientations individualistes, technicistes et tendues vers la performance sportive mettent en tension les relations communautaires de fête, d’amitié, constitutives des pratiques anciennes et effacent progressivement les valeurs traditionnelles. Si la sportification est un facteur du développement de la pratique, elle est aussi porteuse de contraintes et d’étiolement des valeurs communautaires en uniformisant l’activité pour respecter la mise en conformité sportive. Se pose alors la résolution de l’équation tradition/gestion d’un héritage et modernité/gestion d’un devenir ? Quel peut-être le compromis entre perpétuation et renouvellement, entre gestion d’un héritage et celui d’un devenir, entre repli identitaire sclérosant et acculturation institutionnelle ? Peut-on éviter une fracture irréversible dans la dialectique tradition/modernité ? L’on voit bien les enjeux sociaux et culturels dans la construction sociale des identités groupales : les jeux venaient cycliquement célébrer la rencontre sociale dans un contexte festif et mettre en valeur la vitalité d’une collectivité tandis que la société sportive centrée sur la recherche de la performance est d’abord vécue sur le mode de la hiérarchie individuelle potentiellement génératrice d’exclusion.

Enfin n’oublions pas que la concurrence sportive et son risque d’impérialisme culturel est concomitante d’une mutation sociale au cours du XXe siècle : déclin des langues régionales et des valeurs religieuses, montée du secteur secondaire, apparition du temps libre et des loisirs, scolarisation massive etc. Ces processus ont bouleversé les traditions corporelles populaires et ont favorisé une homogénéisation culturelle. Ces modifications posent ainsi la question de l’acculturation puisque ce phénomène résulte d'un contact de long terme et direct entre groupes d'individus de cultures différentes. Cette relation entraîne des modifications dans les modèles culturels initiaux de l'un ou des différents groupes.

6. Aspects méthodologiques
Parallèlement à la recherche documentaire, une ethnographie minutieuse des phénomènes permet de comprendre ce processus de compromis à l‘œuvre. Elle est très utile pour aborder la problématique de l’évolution des jeux sportifs traditionnels. Nous avons pratiqué un grand nombre d’observations directes non participantes dans le but de s’immerger un maximum au cœur des pratiques ludiques traditionnelles et de décrire le plus finement possible les interactions motrices, les espaces et les temporalités de pratique, les modalités de gain de partie, etc. Afin de comprendre les stratégies de développement ou simplement de survie des pratiques, nous avons procédé à des entretiens semi-directifs (n=14) avec des présidents d’associations, de sociétés ou de confréries.

De fait, nous avons recensé et localisé 108 jeux traditionnels dans l’espace géographique nordiste (unité linguistique picarde). Afin de simplifier la complexité de cette réalité, nous avons classifié5 ce corpus en six familles en fonction des moments de jeu, des participants, des lieux ou des ustensiles éventuellement utilisés. La constitutions des familles se répartit de la manière suivante : les jeux d’enfants (jeu des petits bonhommes, jeu de Guise…), les jeux d’estaminets (billard Nicolas, tables à toupies…), les jeux de ducasse (lancer de ballot de paille, jeu de la poutre…), les jeux d’animaux (colombophilie, combat de coqs…), les jeux de lancer (quille, bourle…) et les jeux sportifiés (ballon au poing, tir à l’arc vertical…).

Partant des relations motrices et d’un décryptage des informations non verbales, l’observation des jeux s’est faite à partir de quatre outils d’analyse constitutifs de ce que Parlebas qualifie de « logique interne » des jeux c'est-à-dire de « systèmes de traits pertinents de cette situation ludomotrice et le cortège de conséquences praxiques que ce système entraîne » (1986, p.118).

a) Le rapport à l’espace : le jeu peut être référencié de façon binaire à la présence ou non d’une incertitude provenant du milieu extérieur. Le jeu peut se dérouler dans un environnement domestiqué, stable, prévisible ou au contraire dans un espace « sauvage », variable et aléatoire (activité de pleine nature).

b) Le rapport à autrui : celui-ci peut être interprété de façon binaire. Au sein du jeu, les rapports entre joueurs peuvent être psychomoteurs dès lors qu’il n’y a pas d’interactions motrices opératoires et/ou instrumentales entre les pratiquants (le lancer alternatif d’un objet au cours d’une partie), ou sociomoteurs lorsque le comportement d’un individu influence de façon directe le comportement moteur des autres joueurs (une passe à un autre joueur ou un coup porté à son adversaire).

c) Le rapport au temps : le jeu peut ou non s’inscrire dans un temps délimité, contraint, qui détermine des stratégies des participants. En effet, le temps induit souvent des tactiques de jeu pour l’appropriation de la victoire.

d) Le rapport à l’objet : certains jeux nécessitent la présence d’éléments matériels (objets à lancer ou à attraper) qui symbolisent la culture matérielle développée par Jean Pierre Warnier dans ses travaux (1999).

7. Les jeux traditionnels du Nord, vers une dynamique sportive
Nous allons illustrer ce processus par le jeu de fléchettes traditionnelles. L’origine remonte à un prisonnier de la Bastille, M. Pellison, qui jetait sur les murs de sa cellule des dards, sorte d’épingles pour corsage. Cette pratique se développe dans le Nord à la fin du XIXe siècle en s’inspirant du jeu de la javeline ou javelotine lensoise. De nombreux témoignages attestent la présence de nombreux jeux de fléchettes dans les fêtes foraines et les kermesses à cette époque avant de conquérir les estaminets où ils constituent une attraction supplémentaire pour les établissements qui les accueillent. La commune d’Hasnon, prés de Valenciennes, était le plus gros centre français de production de fléchettes en bois (10 millions par an dans les années 30). Ce jeu était alors pratiqué dans presque tous les cafés et les cabarets ainsi que chez de nombreux particuliers.

Contrairement au modèle sportif, qui impose un règlement unique afin de pouvoir comparer les performances, les joueurs obéissent à des règles locales, négociées au cas par cas. Ainsi, selon la taille de l’établissement et de l’espace disponible, les distances du pas de tir sont variables (de 2 à 4 m). Cette fluctuation de la distance provient d’une coutume qui veut que la distance soit équivalente à l’enfilement de plusieurs caisses de bière en partant de la cible. La hauteur de la cible, le nombre de fléchettes (3 ou 4), leur poids (entre 20 et 30 g) sont fluctuants. De même, le comptage des points, le nombre de tours de lancer n’est pas déterminé à l’avance et fait partie d’une discussion d’avant match. L’enjeu est généralement une goutte de genièvre ou une choppe de bière. Le but du jeu est de faire un maximum de points et donc de viser le centre de la cible (l’mouche en patois). En cas d’égalité, on joue alors la pièce qui consiste à tirer une fléchette et faire le plus grand score sur un lancer.

L’aspect fondamental de cette pratique repose sur la recherche d’un contrat social : nécessité d’un consensus et d’un dialogue favorisant la cohésion sociale. On peut jouer un contre un ou deux contre deux, mais jamais en même temps, ainsi les temps d’attente sont l’occasion d’échanges conviviaux. Le fait de pouvoir intégrer et s’extraire à loisir du jeu, sans empêcher son bon déroulement, est un moyen idéal de vivre des relations intenses. Luc Delporte (1981, p.91) relate que dans un petit village du nom de Saint-Waast la Vallée situé prés de Maubeuge, les joueurs tiraient les cartes par la couleur des as pour constituer les équipes. Ce n’étaient donc jamais les mêmes, d’autres utilisaient le procédé du pile ou face pour déterminer l’ordre d’engagement, etc.

Comme la plupart des jeux sportifs traditionnels, face à la concurrence des sports puis des jeux électroniques, à la raréfaction des estaminets, au repli dans la sphère familial ou au loisir télévisuel, la pratique du jeu de fléchettes est en baisse de manière constante depuis la fin de la seconde guerre mondiale. Notre enquête menée en 2003 indique qu’il ne subsistait que 160 joueurs et quelques rares foyers de pratique de la fléchette traditionnelle à pointes d’acier autour de Dunkerque. Pour échapper à une mort lente, la sportification apparaît comme l’ultime recours. Dés 1976, la Fédération française de Darts a vu le jour. Et depuis, entre 1995 et 2003, sont apparues deux fédérations nationales de fléchettes sur cibles électroniques (Respectivement Afédarts6 et France Darts). L’objectif est d’obtenir une reconnaissance sportive et de bénéficier des subventions et des cadres du mouvement sportif. L’internationalisation qui est le témoin de la volonté d’universalisation d’une pratique s’est concrétisée par l’adhésion à la World Darts Federation.

Cette sportification intègre donc les traits du modèle sportif : institutionnalisation avec une fédération, des ligues, un comité directeur, un cadre réglementaire contraignant, la mise en place de compétitions nationales et internationales (Spring Cup), la médiatisation des événements comme le réalise la chaîne cryptée Euroshow qui transmet des compétitions de fléchettes, très populaires en Grande Bretagne. Nous trouvons également de nombreux shows et démonstrations, un article de presse dans l’Equipe Magazine (2007), etc. L’ensemble de ces processus, dont le but principal est de générer un impact mondial, s’organise à la faveur du spectacle pour le développement du sport.

Mais, au nom de la préservation, ce passage imposé, vers le modernisme, s’accompagne d’une uniformisation ou homogénéisation des conduites motrices et gomme la richesse des particularismes inscrits au cœur de l’identité régionale. Plus encore, il diminue la part du ludique au profit de la maîtrise technique, il réduit l’aspect festif au profit de la hiérarchisation des performances et enfin, efface le mode de pratique aléatoire au profit d’un calendrier de plus en plus spécifique. La reconfiguration sportive du jeu de fléchettes, en s’opposant aux particularismes communautaires, va alors à l’encontre des racines de la « nordicité » et de son identité en imposant une manière nouvelle de jouer qui dénature les fondements matériels, culturels, symboliques de la pratique.

L’analyse de la logique interne permet de mieux comprendre ces transformations :

a) Le rapport à l’espace : ce jeu sportif ne présente plus aucune incertitude spatiale. Les joueurs évoluent dans un milieu stable et standardisé (distance, hauteur de la cible…). Cette « domestication de l’espace » permet au joueur de se focaliser sur la répétition du geste efficace. Contrairement au modèle traditionnel où la fumée de cigarettes, le bruit des clients ou la consommation de boissons alcoolisées qui faisaient partie de l’environnement, la pratique sportive implique une salle réservée aux fléchettes, une séparation tranchée entre joueurs et spectateurs, une tenue uniforme …

b) Le rapport à autrui : ce jeu psychomoteur interdit tout contact physique direct entre les participants. Nous sommes dans une situation de comotricité d’alternance. C'est-à-dire que chaque joueur, l’un après l’autre, effectue ses lancers au sein d’une même partie. En fait, les joueurs qui participent à une même partie, n’agissent pas de manière concomitante. La seule perturbation peut être d’ordre mental en provoquant le doute par un coup antérieur parfait. Alors que la pratique traditionnelle, essentiellement masculine du fait de son déroulement dans un espace public, s’accompagnait de moqueries, de plaisanteries grivoises pour déstabiliser son adversaire, la compétition sportive devient solennelle et limite les échanges sociaux. On est passé d’une rencontre sociale conviviale et ouverte, sur le mode du défi, à un espace neutre où les propriétés sociales des opposants sont gommées au profit de l‘égalité des concurrents. On assiste à l’apparition de catégories d’âge, de niveaux, de sexe, de rôles spécialisés. L’aspect technico-tactique dans la manière de jouer l’emporte sur l’aspect affectif.

c) Le rapport à l’objet : dans le cadre d’un jeu de tir sur cible, pour obtenir les stéréotypes moteurs du lancer par répétitions intenses, la fléchette doit devenir une espèce de « prothèse » de la main et son aérodynamisme fait l’objet de toutes les attentions. La qualité du matériel a évolué en passant du bois au carbone et au tungstène. Contrairement aux fléchettes du jeu traditionnel qui étaient utilisées de façon impersonnelle et passaient de mains en mains, les joueurs du jeu moderne, sous-entendu électronique, personnalisent leur lot de fléchettes en choisissant la couleur de l’empennage par exemple et l’adaptent à leur morphologie individuelle. De même, la cible en sisal du jeu ancien, qui imposait aux joueurs un décompte mental des points, a laissé place aux cibles électroniques qui procèdent machinalement aux calculs des parties.

d) Le rapport au temps : dans la pratique ludique traditionnelle, ce jeu de lancer de précision nécessitait de pouvoir se concentrer pour viser et se déroulait dès lors sans contrainte temporelle. Le vainqueur est celui qui a réalisé le meilleur score sans limite de temps. Mais la sportification, pour rendre le jeu attractif, intense et spectaculaire, introduit ce paramètre de gestion du temps : normalisation du temps pour permettre la compétition et la comparaison. Certaines compétitions se déroulent en temps contraint (chronométré) et le vainqueur est celui qui est le plus rapide à atteindre le score exigé. Les joueurs lancent leurs trois flèches, courent pour les récupérer et revenir se positionner sur le pas de tir pour relancer et ainsi de suite. La nouvelle temporalité induite par le jeu sportif (ponctualité, séances d’entraînement programmées, étalement de la saison…) rompt par ailleurs avec le temps « poreux » de travail et familial précédent.

La mise en conformité sportive, avec les risques évoqués ci-dessus d’étiolement des valeurs traditionnelles, est cependant le garant de la pérennité de la pratique en lui permettant de se démocratiser auprès d’un large public et d’éviter de rester imperméable au regard des « étrangers » au terroir. Ceux qui n’ont pas pris ce virage sont sur le point de disparaître. C’est le cas du billon. Ce jeu traditionnel s’est répandu au XIXe siècle en Artois, dans le Cambrésis et le Hainaut sous le nom de bricotiau, billotiau, boiches. Son origine vient du fond des mines où les mineurs, pendant leur pause, s’amusaient à lancer des bouts de bois. Le jeu est remonté à la surface dans les estaminets et les places publiques. C’est un jeu de lancer représentant une sorte de massue (le billon) qui doit atterrir le plus prés possible d’un piquet de bois planté dans le sol. Il existe plusieurs variantes, le billon au poteau ou le tir à la bague, en fonction du poids et de la forme des objets mis en jeu. Cette pratique est en net déclin. Alors qu’à la fin des années 70, elle était encore pratiquée dans une soixantaine de lieux, notre enquête de 2003 n’en recense plus qu’une dizaine, dans le Douaisis. Cette baisse significative est liée au refus de la sportification. Faute de structure institutionnelle, il n’existe pas de compétition officielle source de contact entre pratiquants, de spectacle, de médiatisation, de progrès technique… De plus, privé d’école de sport, le renouvellement des générations ne se fait pas. A ce propos, les observations de terrain permettent de constater que l’âge moyen des pratiquants se situe autour de 70 ans. Un président de société nous confiait : « c’est le combat de toute une vie qui peut partir en fumée à chaque instant juste parce qu’il n’y a pas de relève. Celui qui meurt fait mourir son jeu avec. C’est triste ». Enfin, faute d’une demande conséquente, la fabrication du billon qui nécessite un savoir faire manuel particulier n’est plus assuré par les ébénistes, ce qui entraîne un matériel de plus en plus rare et cher. Le billon risque donc de suivre la trace de la balle au tamis, jeu d’antan qui s’apparente au tennis mais sans raquette7 et qui a disparu à la fin des années 90 avec la cessation des deux derniers foyers d’activité à Meneslies et Yzengremer (80).

8. Jeux traditionnels et sports : quel clivage ?
Ce développement rapide des sports dans notre société nommé « sportivisation » par les uns et « sportification » par les autres nous incite à se poser quelques questions. Nous l’avons évoqué, la montée du sport dès le début du XXe siècle a entraîné le déclin des pratiques ludiques traditionnelles. Cette orientation a bouleversé l’univers des jeux : la corporéité est modifiée par une motricité nouvelle, les raisons de la mise en action dans les pratiques traditionnelles sont modifiées. Bref, ces modifications ont amené à la transformation des techniques corporelles, et à travers elles, c’est le sens des pratiques d’antan mises au goût de la modernité qui est remis en cause. La vraie question qui se pose est de savoir si un jeu comme « le javelot tir sur cible » (dont le président revendique son agrément sportif) continuera d’être perçu comme étant un jeu traditionnel porteur d’une identité culturelle dont les techniques rappellent un riche patrimoine ancestral ou bien sera-t-il reconnu comme un sport dont l’ambition de sa pratique est de faire émerger des champions nationaux voire internationaux ? Cette question cache un problème de fond relatif à la pérennisation des jeux traditionnels. Lors de notre étude, beaucoup de présidents d’associations de jeux traditionnels affirmaient vouloir moderniser leurs jeux pour simplement continuer d’exister. Comme si la sportification garantirait seule la survie d’un jeu traditionnel. Comme nous le faisait remarquer Lionel Obadia dans un rapport en 2006, cette question est d’autant plus problématique qu’elle positionne le chercheur entre deux postures théoriques qui peuvent être perçues comme étant opposées : d’une part, celle de la continuité historique relevant d’accents évolutionnistes qui affirme une forme de permanence ou même la résistance des jeux et des traditions sans que ceux-ci soient véritablement affectés par divers changements environnementaux, spatiaux, temporels, relationnels, ou matériels ; et d’autre part celle qui correspond à des mécanismes de remodelage de ces mêmes jeux, invalidant ainsi la théorie de la préservation. La complexité à définir l’identité culturelle et la place des jeux traditionnels dans notre société constitue à nos yeux une raison suffisamment recevable pour considérer ces deux postures comme étant non opposées mais complémentaires. En effet, de manière diachronique, tous les jeux de la tradition ne subissent pas de mutations culturelles identiques ou n’évoluent guère de la même façon. Certains sont effectivement remodelés (les jeux devenus quasi-sport comme les fléchettes par exemple) et d’autres se pratiquent encore selon des rituels historiques réglementaires ou même patoisants (le billon). Les jeux évoluent ensembles, de manière différente mais pas nécessairement opposée. Nous émettons l’hypothèse selon laquelle les jeux traditionnels du Nord se renouvèlent à la faveur d’une patrimonialisation contemporaine dont les traits culturels et les fonctions de sociabilité traditionnelle qui leur sont attribués ne sauraient être exclusivement des survivances. A ce sujet, la théorie de l’authenticité de Jean Pierre Warnier le confirme (1999). De plus, dans notre région, nous n’avons aucun exemple de jeu ayant disparu un jour puis réapparu plus tard. En revanche nous avons pu observer que l’on fabriquait du neuf avec de l’ancien : en effet, le « jeu du coquelicot »8 -développé par l’instance sportive ministérielle- a vu le jour peu après 2000. C’est un jeu hybride, copie conforme du « jeu de l’assiette »9. La question de l’authenticité s’applique de fait face à des cas comme celui-ci. Ce « jeu du coquelicot » nous dit-on, s'appuie sur un nouveau concept, celui des « jeux du patrimoine » qui s'inscrivent dans « la mémoire vivante de la Picardie ». Comment un jeu moderne peut-il s’inscrire dans le passé d’une région ? N’y a-t-il pas une volonté « d’inventer » de la modernité sur un acte du passé ? Ou bien, est-ce à nouveau, un moyen de vouloir préserver un jeu ancien en le modernisant, en le transformant ? Et, n’y a-t-il pas un risque de dénaturer le jeu, et plus encore, d’altérer la spécificité culturelle ?

C’est un fait, les jeux traditionnels sont en baisse progressive mais ils résistent. Et même si beaucoup de ces jeux traditionnels sont considérés en déclin face à la domination des sports, rien n’empêche - dans un monde nouveau - de souscrire à une conception socialisatrice. Il s’agit donc bien d’un double effet : les jeux traditionnels persistent dans la modernité et invitent à leur utilisation pour une pratique physique qui ne saurait être qu’uniquement sportive. Si certains perçoivent derrière cela un paradoxe, nous y voyons une aubaine pour les jeux, les sports et le patrimoine culturel. Le monde des jeux doit être un monde pluriel. La diversité des jeux qui permet d’exploiter de multiples ressources du registre ludique témoigne des caractéristiques culturelles des différentes régions de notre pays. C’est pourquoi leur préservation n’est pas antinomique à l’évolution ou à la modification de leur rôle et de leur fonction dans la société. Le jeu traditionnel est une culture mise en acte qui revit dans les « techniques du corps ». Nous l’avons vu, même si les jeux traditionnels sont en déclin, ils résistent. Derrière cela se cache peut-être aussi un retour nostalgique aux valeurs patrimoniales. La nostalgie se fait plus grande dans un monde qui se globalise quotidiennement. L’accélération incontrôlable de la globalisation mondiale effraie et ramène à des valeurs peut-être trop vite délaissées. Cette tendance participe également à la pérennisation des jeux traditionnels. Mais, le danger de la muséification guette. Pour se préserver d’un tel ancrage trop excessif, la sportification de certains jeux semble correspondre idéalement à un positionnement intermédiaire entre le passé et l’avenir. Il s’agit peut-être d’une (r)évolution d’un système binaire opposant l’ancien et le moderne incarnés par les jeux et les sports. D’après son étude sur les joutes languedociennes, Jérôme Pruneau perçoit l’émergence d’une nouvelle dimension : « il s'agit d'essayer de comprendre les enjeux du champ sportif qui débordent largement la seule pratique traditionnelle des joutes en changeant de regard. Partout où les confrontations se cristallisent à l'aune d'une rencontre entre deux systèmes de valeurs, l'intérêt se constitue dans un regard médiateur basé sur un mode ternaire. A l'heure d'une mondialisation globalisante autant qu'une multiplication des échanges, une transformation des relations ou des identités, les rapports eux-mêmes multipliés doivent s'entendre et s'appréhender sur l'ouverture d'une autre dimension pas forcément recensée initialement » (2004, p.52). Cette considération théorique fait apparaître l’espoir de voir cohabiter deux systèmes de valeurs qui apparaissent finalement davantage complémentaires qu'antagoniques comme trop souvent on le laisse supposer. Cette nouvelle vision ternaire doit permettre d’envisager les jeux traditionnels et les sports dans le monde de demain, de les examiner dans celui d’hier et de les utiliser (sociologiquement, culturellement, pédagogiquement…) dans celui d’aujourd’hui.

9. Conclusion

Le retour au patrimoine, à l’ancien ou parfois dit-on à « l’authentique », remet au goût du jour les pratiques traditionnelles. Nous le constatons par exemple à travers la prolifération de musées, relances de fêtes et de produits régionaux. C’est en ce sen sens que les régions exploitent désormais certains jeux pour en faire un vecteur de croissance touristique, un fleuron de l’identité. Cette instrumentalisation des jeux festifs est révélatrice des enjeux touristiques liés aux cultures territoriales et représente une valeur ajoutée significative de l’offre10.

En adoptant la dynamique sportive (mise en place de structures fédérales et institutionnelles) pour pérenniser des pratiques en baisse constante, les jeux traditionnels, devenus l’oxymore « jeux sportifs traditionnels », risquent de perdre leur principe identitaire (représentations pour une communauté définie, avec une sociabilité spécifique) et de subir une homogénéisation culturelle en devenant une motricité sous contrainte. Nous sommes passés du pôle patrimonial, celui de la tradition et de l’identité perpétuée à celui moderne de la sportification tendue vers l’efficience motrice.

Le remède sportif pour éviter la dilution et l’oubli est-il la solution idoine ? Ne pourrait-on pas imaginer une recherche de soutien non plus sous les fourches caudines du Secrétariat des Sports et du « mouvement sportif » mais via le Ministère de la Culture ou les collectivités locales ?

Comme nous l’avons indiqué précédemment, dans les jeux traditionnels les règles et les mesures sont le plus souvent adaptées aux circonstances, chaque personne présente est un acteur potentiel, le facteur chance joue un rôle non négligeable, les équipes sont composées par tirage au sort. Tout cela différencie les jeux sportifs traditionnels, qui sollicitent une mise en forme culturelle et un investissement personnel significatif tous deux révélateurs de la société d’appartenance, des sports modernes et standardisés. L’on se retrouve face à une injonction paradoxale : revitaliser une pratique traditionnelle mais en la normalisant et donc, en la privant de son essence identitaire. Comment concilier alors la dialectique tradition/modernité, entre passé et présent, sachant que le jeu traditionnel est « la mémoire des gestes du corps, la mémoire des aventures ludomotrices des temps passés » (Parlebas, 1999, p.144) ? Une amorce de réponse peut être envisagée du point de vue de l’éducation physique pratiquée à l’école. En effet, l’emploi des jeux traditionnels selon des vertus éducatives, en complémentarité des sports à l’école, pourrait être l’un des moyens de permettre à certains de ces jeux de traverser le temps et dépasser alors la concurrence entre modèles de cultures corporelles. Au paradoxe dichotomique évoqué plus haut se substituerait alors à des ambitions pédagogiques au bénéfice de l’éducation scolaire. Cette piste de réflexion n’est pas nouvelle puisque, dès les années 70, dans la lignée de Parlebas (1976), des auteurs comme During (1981), Dugas (2002), Collard (2007), Bordes (2007), et Vigne (2008) notamment, ont mis en évidence les potentialités éducatives des jeux traditionnels.

Enfin, de nombreux auteurs comme Bessy (1991), Loret (1995), Vigarello (2002) montrent que la pratique sportive, parangon de la modernité, est en passe d’être débordée par des nouvelles modalités d’exercices corporels qualifiées d’analogiques ou éco-sportives en phase avec la révolution culturelle de notre société qualifiée parfois de post-moderne. Selon l’ethnologue Marc Augé (2003), nous serions entrés dans une troisième révolution en matière de tourisme et de loisirs. Alors aujourd’hui, face à la montée des « nouvelles pratiques », conniventes, de faibles contraintes, visant le dépassement de soi et la revendication au plaisir, dans une « surmodernité cybernétique » annoncée, quels seront les jeux corporels de demain pour « l’homo silicium » et alors quid de la préservation des anciennes pratiques ?


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Notes
1 J. Ulmann (1988) définit le jocus comme « tout comportement auquel il est demandé de sortir les hommes du Moyen-âge de la banalité et de la grisaille » (joute, soule, mail, etc.).
2 Cette association s’active pour vous permettre de découvrir un monde ludique. Elle récupère et restaure les jeux d'ici et d'ailleurs et propose des animations auprès des écoles, collectivités, centre sociaux, associations, foires, comités d'entreprises, particuliers etc. Selon son président, l’association entend par ces différentes actions, « œuvrer pour retisser du lien social entre les générations ».
3 Terme qui connote le plaisir de jouer au sein de jeux nécessitant une mise en action motrice.
4 Déclaration de Punta del Este (1999) qui visait à établir une liste du patrimoine mondial des jeux et jeux sportifs traditionnels, Convention pour la sauvegarde du patrimoine culturel immatériel et élaboration d’une charte internationale des jeux et sports traditionnels (2003).
5 Chaque jeu n’étant pas exclusif, nous ne parlerons pas de classification au sens strict mais de familles.
6 La fédération Afédarts n’existe plus, elle a été remplacée par la Confédération Française de Darts (CFD) en septembre 2006.
7 Cette forme de jeu de courte paume consiste à frapper (livrer) une balle après l’avoir fait rebondir sur le tamis. Après que la balle ait été livrée, les joueurs utilisent le tambour pour se la renvoyer de part et d’autre d’une corde qui délimite les deux terrains adverses. Les règles qui régissent la balle au tamis sont proches de celles des autres jeux de paume : principe des chasses, changements de côté, première balle marquée…
8 Le jeu du Coquelicot a été réalisé en collaboration avec l'association « Champions pour le pays de Somme » et la Direction Régionale et Départementale de la Jeunesse et des sports d'Amiens, avec la participation du « Collège des Coudriers » de Villers-Bocage (80). Il a reçu le soutien financier de la Jeunesse et des Sports et du Conseil Régional de Picardie.
9 Jeu de lancer d’assiettes sur une longue table en bois de 2 à 3 mètres. Ce jeu se pratique surtout dans le Vimeu près d’Abbeville (80).
10 Lors des manifestations associées à « Lille 2004, capitale européenne de la culture », trois jours ont été consacrés aux jeux traditionnels à Wattrelos.


Pour citer cet article
Mickaël Vigne et Christian Dorvillé, «Les jeux traditionnels du Nord, entre tradition ludique culturelle et modernité sportive», Socio-logos, Numéro 4, [En ligne], mis en ligne le : 21 octobre 2009. URL : http://socio-logos.revues.org/document2332.html. Consulté le 27 octobre 2009.
Mickaël Vigne
Université Paris V, Gepecs (Axe 4), mickael.vigne@aliceadsl.fr


Christian Dorvillé
Université Lille II, Equipe de recherche en sciences sociales du sport, christian.dorville@univ-lille2.fr

Como vai a Arte na Educação Infantil?Educação - Arte-educação Escrito por Susana Rangel Vieira da Cunha

RETIRADO DE :http://bit.ly/1OUG3Y

Lembrete: continuem deixando seus comentários, é importante, porém aqueles que quiserem entrar em contato com a Suzana Rangel, escritora do artigo, podem fazê-lo através do email: susanarangel_poa@yahoo.com.br
O Editor


Desenhar, brincar, poetar. Manchar, riscar, construir, se encantar. Transformar um fragmento de vidro em uma jóia rara, rabiscos em dragão alado, pensamentos em formas. Buscar o dizível no invisível. Modos singulares de ver, sentir, expressar e (re)inventar o mundo. A criança, depois de desenhar uma série de formas e riscos (des)ordenados, diz: Eu, mamãe, a barraca e o gato. Faz-de-conta! Picasso reúne um guidão e o selim de uma bicicleta: Cabeça de touro. Assemblage, ressignificações de objetos. Arte!


A arte faz de conta. Crianças, artistas, fazem de conta que um rabisco, um objeto, um fragmento, um pensamento se transforme em uma outra coisa. Tanto as crianças, quanto àqueles adultos que persistem em deslocar a ordem estabelecida do mundo, compartilham de um pensamento similar, no sentido de que ambos propõem simulacros ou fingem que uma coisa é outra coisa. Artistas e crianças, percebem o mundo e dão sentido a ele através de formas singulares. Utilizam seus sentidos de forma mais aguçada do que a maioria dos adultos que deixaram para trás esta capacidade humana de ver, imaginar e simbolizar.

Por muitos motivos, e em um determinado período da infância (mais ou menos por volta dos 6-7 anos) a maioria das pessoas abandona seus infindáveis processos de elaborar enunciados poéticos. Por outros motivos, alguns adultos persistem em suas buscas de alterar os sentidos das coisas, insistindo em transformar o ordinário em extraordinário, o vulgar em diferente. Aqueles que persistem em nos provocar com suas produções, sejam elas as mais tradicionais, como a pintura e o desenho, sejam as performances e as instalações, são denominados, na sociedade ocidental, de artistas. Os artistas brincam com o cotidiano, com a história, com os mitos e com os nossos pensamentos. Reconstroem significados em torno do já visto e do supostamente sabido. De muitos modos, os artistas, através de suas produções anteciparam saberes das ciências, como o Futurismo (1909), por exemplo, que vislumbrou a lei da relatividade de Albert Einstein. Ou expressaram dores e massacres da humanidade como Guernica (1937) de Picasso e a instalação 111 (1992) de Nuno Ramos; ou visualizaram os principais fundamentos de pensadores como fez Gustav Klimt (1862 – 1918) ao “traduzir” a sensualidade das mulheres da teoria de Sigmund Freud (1856-1939). Enfim, artistas e suas produções formulam conhecimentos sobre o mundo, conhecimentos e saberes que só podem ser ditos e propagados através das linguagens não verbais.

O que me pergunto e pergunto a vocês é: Se todos nós estruturamos, nos anos iniciais de nossas vidas, o pensamento simbólico-poético, similar aos dos artistas, então, por que a maioria das pessoas desiste de transformar a obviedade do cotidiano? Entendo que são muitos fatores: sociais, culturais e econômicos que estancam as possibilidades de re-significar o que está aí no mundo e singularizar ações, pensamentos e modos de ser. Em um contexto cultural mais amplo, podemos pensar o quanto as produções culturais imagéticas, que circulam nos mais variados meios, modulam nossos modos de ser e de pensar. Imagens que produzem pontos de vista sobre o mundo e ao mesmo tempo anestesiam nossos sentidos em relação ao “diferente”, ao estranho, ao inusitado. As imagens disponibilizadas cotidianamente, através dos meios de comunicação e das corporações de entretenimento, acabam se tornando as principais referências para que as crianças elaborem seus imaginários e construam suas imagens, tendo em vista que outros repertórios visuais, como os das artes visuais e de outras produções culturais, não participam frequentemente de suas vidas.

Edith Derdik (1989), alerta sobre o quanto os imaginários infantis estão sendo mediados e formulados pelas diversas produções culturais, dizendo que:
Cada vez mais a conduta infantil é marcada pelos clichês, pelas citações e imagens emprestadas. “A TV traz o mundo para você”. O imaginário contemporâneo é entregue a domicílio. A criança é submetida a um profundo condicionamento cultural, e é sobre estes conteúdos que a criança vai operar. A ilustração, o desenho animado, a história em quadrinhos, a propaganda, a embalagem são representações que se tornam quase realidades. O elefante desenhado é mais verdadeiro e presente do que o verdadeiro elefante que mora no zoológico, onde a criança raramente vai. Vivemos hoje sob o signo da ficção e da paródia[1].

Em um contexto mais específico da educação formal, seja da Educação Infantil ao ensino universitário, na maioria das vezes, o ensino de arte e também outras áreas do conhecimento, ao invés de promover ações pedagógicas que levem crianças e adultos ao universo da criação e estruturação da linguagem visual, acaba tolhendo os modos singulares dos alunos entenderem e expressarem suas leituras e relações com o mundo. Desde modo, em diferentes contextos socioculturais e nas salas de aula, nossa sensibilidade e nossas formas expressivas estão se escoando, fugindo de nossas vidas, sem que possamos exercitar nossos processos sensíveis e criativos. Por que isso acontece na em Educação Formal, em especial na Educação Infantil? Não tenho a intenção de buscar as respostas na brevidade deste texto, mas pretendo contribuir com algumas reflexões, que venho desenvolvendo nos últimos 10 anos, em torno dos modos de ensinar e aprender arte na Educação Infantil.

Das concepções de arte às práticas pedagógicas

Baseada em estudos de várias pesquisas realizadas[2], posso afirmar que as concepções de arte dos professores direcionam seus modos de ensiná-la, sendo que estes modos de compreender e ensinar arte estão disseminados em várias outras instâncias, como nos museus, nas publicações especializadas, nos documentos oficiais governamentais (leis, diretrizes curriculares, programas escolares, etc), entre outros materiais. O depoimento de uma aluna/professora de Educação Infantil, resume a estreita relação entre os modos de conceber e ensinar arte, segundo ela: “Nós professoras transmitimos a visão de arte que temos aos nossos alunos. Se acreditamos que não somos capazes de desenhar ou que só é possível desenhar estereótipos, estaremos permitindo que nossos alunos também pensem assim.” De muitos modos, as pedagogias da arte vão absorvendo e validando as idéias sobre arte que se refazem historicamente. Por exemplo, os discursos sobre arte como símbolo de distinção social, e os artistas, como seres de exceção, são produzidos sistematicamente por nossa cultura e aceitos nos contextos escolares - da educação infantil ao ensino universitário - sem que haja contestação ou um esforço analítico-crítico que provoque uma mudança significativa em termos de desmistificar a idéia de genialidade dos artistas. Esta visão é perceptível nas salas de aula quando ouvimos as educadoras elogiarem determinadas produções infantis como se fossem frutos de um ”dom”, assim, a concepção de criação espontânea, do gênio que cria do nada, está ali reforçada pela educadora, que na maioria das vezes não se dá conta de quanto ela incorpora os discursos produzidos pela nossa sociedade.

Os resultados da pesquisa mostram que as experiências vivenciadas pelas minhas alunas do curso de Pedagogia – Habilitação em Educação Infantil, no ensino de arte no 1º e 2º graus, ainda centra-se na estética das belas-artes que dá um sentido universal e imutável à produção artística e geram por sua vez metodologias baseadas em abordagens empiristas e/ou inatistas. Em relação às professoras que já atuam na Educação Infantil, a pesquisa também indica que as concepções sobre arte moldavam os pressupostos dos planejamentos, das metodologias, da escolha dos materiais, das avaliações e da relação dos alunos/as com esta área do conhecimento. Ou seja, conceitos funcionalistas e essencialistas sobre arte estendiam-se no cotidiano da sala de aula em atividades de colorir desenhos mimeografados (formas geométricas, personagens de histórias, números, letras), exercícios de cópias de diferentes linhas (pontilhadas, em ziguezague, ondulada, etc.) amassar papéis e outros materiais, colar sobre as formas desenhadas pelas professoras, colagens com sucata, manipulação de massas (argila e plastilina). Além destas atividades, há o “ensino de técnicas” diversificadas como desenhar sobre lixa, ou assoprar sobre o papel tinta em um canudo, sendo que tais técnicas são descontextualizadas dos processos de constituição da linguagem visual e desarticuladas entre si. Tais procedimentos metodológicos têm, a finalidade de “ensinar a fazer bem um desenho”, por isto eram e são fornecidos “modelos” para serem copiados. Para as professoras e conseqüentemente para as crianças, o padrão de excelência do bem feito eram as reproduções mais próximas ao real ou ao modelo, sendo que a interpretação ou qualidade expressiva não eram valorizadas e muitas vezes eram “corrigidas”, pois distorciam o modelo. A concepção pragmática tem por objetivos desenvolver habilidades motoras e destrezas para a escrita, bem como a utilização do desenho para fixar a grafia de letras e números. Hernández (2000) se refere a esta concepção como a racionalidade industrial,cujo objetivo é o desenvolvimento de habilidades e destrezas, assim como os critérios do gosto vinculado às Artes[3]. Assim, por exemplo, uma professora de um Maternal 1, utiliza o desenho para que as crianças, mesmo na fase dos rabiscos e dos borrões, iniciem exercícios visando à escrita. Segundo a professora:

Esse aqui (um desenho que eu havia selecionado para conversarmos durante a entrevista) também foi um que eu propus, que é um bingo (o jogo de bingo) no caso seria para trabalhar a escrita e não desenho. Esse aqui (um outro desenho) foi uma proposta de atividade que as crianças provaram diferentes sabores, então era para fazer um doce e um salgado e depois elas nomeavam o que eles tinham desenhado.

Nas escolas infantis pesquisadas, muitas professoras desenvolviam propostas para que as crianças iniciem o processo de alfabetização muito cedo, pois acreditam que o objetivo da escola infantil é de preparar para escolarização inicial. Na maioria das vezes, as práticas pedagógicas no campo das artes visuais na Educação Infantil ainda estão fundadas nas concepções pedagógicas de Friedrich Froebel, introduzidas no Brasil em 1896 quando foi criado em São Paulo, junto a Escola Normal, o primeiro Jardim da Infância. No que se refere às atividades expressivas vigentes hoje na Educação Infantil, percebo muitas semelhanças apontadas por Moysés Kuhlmann (1998) em sua pesquisa sobre as atividades pedagógicas desenvolvidas no Jardim de Infância Caetano de Campos, como por exemplo:
A criança dos 4 aos 6 anos, no jardim, educaria a mão e o olho, desenvolveria hábitos de asseio, urbanidade, império sobre si mesma, aguçaria o engenho, interpretaria os números e as formas geométricas, inventaria combinações de linhas e imagens e as representaria com o lápis. (...) As mãos, órgãos mais importantes no que respeita ao trabalho ativo, deveriam ser forçadas a brincar desde o princípio, e também a desenvolver exercícios manuais.[4]

Com algumas modificações, as orientações froebelianas são ainda hoje consideradas como “as atividades de artes” na educação infantil.



Convivendo com um ensino extremamente pragmático, tecnicista e de “resultados”, há uma outra concepção de ensino de arte na educação infantil onde as crianças vivenciavam momentos de livre criação e são solicitadas a criarem espontaneamente, sem desafios que mobilizassem seus processos expressivos. Nas escolas pesquisadas, por exemplo, um dos procedimentos metodológicos desenvolvidos habitualmente são as atividades livres, onde eram disponibilizados alguns materiais, como folhas tamanho ofício, canetinhas hidrocor, giz de cera, revistas e papéis diversos, sucatas e, às vezes, argila tintas e pincéis para que as crianças realizem suas produções. Mesmo sendo atividades livres, as crianças realizavam suas produções gráfico-pictóricas em momentos específicos das rotinas diárias - a hora de artes – e eram dirigidas pelas professoras. Os relatos das professoras sobre suas concepções de ensino de arte mostram que suas pedagogias em arte se aproximam das concepções expressivistas, iniciadas com o movimento intelectual e artístico Romântico (séc. XVIII até o século XIX) no qual funda a idéia da arte como expressão e comunicação dos sentimentos. As idéias do pensador de Jean-Jacques Rousseau (1712-1722) sobre a natureza pura e inocente da criança, na qual o adulto não deveria interferir, deixando que os sentimentos interiores viessem à tona, contribuem para que se desenvolva a idéia de livre expressão no ensino de arte. Posteriormente, no século XX, Herbert Read, em 1943, formula a base teórico-pedagógica acerca da expressão infantil enfatizando os processos expressivos, a espontaneidade, a auto-expressão e a projeção dos sentimentos e emoções. No Brasil, Augusto Rodrigues, em 1948, inspirado nas concepções de Read, funda o movimento das Escolinhas de Arte, propagando a idéia de que as crianças devem se expressar livremente, cabendo ao professor criar um ambiente adequado onde elas possam desenvolver suas potencialidades criativas. Todas estas concepções expressivistas e outras como as de Viktor Lowenfeld (1939) e John Dewey (1900) constituíram idéias e pedagogias em arte, hoje reelaboradas na maioria das escolas infantis como atividades livres. As pedagogias expressivistas, em geral, por deixarem as crianças “livres”, acabam tornando as crianças reféns de si próprias, repetindo suas f(ô)rmas anos após anos. As imagens 4, 5, 6 e 7 ilustram os resultados desta pedagogia, onde os desenhos, independente das singularidades de cada crianças, são muito semelhantes.


Imagem 4, 5, 6 e 7 - Desenhos livres de crianças , Jardim A (2004)


Os modelos predominantes do ensino da arte na educação infantil oscilam entre o diretivismo técnico (saber fazer) e o laissez-fare (exprimir livremente sem interferência do professor). Ambas as abordagens, uma por considerar a criança como tábula rasa e a outra por considerá-la como portadora de potencialidades expressivas/criativas inatas, esvaziavam o sentido da aprendizagem em arte, pois não oportunizam o conhecimento sobre a própria arte, sobre a linguagem visual, sobre os materiais ou mesmo possibilita o desenvolvimento do imaginário infantil. A partir destas abordagens, as crianças aprendem que precisavam de modelos para se expressar, que existem “erros” ao utilizar um material, que as folhas retangulares com margens são os únicos suportes possíveis para desenhar. Aprendem que alguns têm o “dom” inato para as artes e outros são incapazes para formularem sua simbologia. Aprendem a serem silenciosos e subservientes ao amassarem cautelosamente bolinhas de papel crepom do mesmo tamanho. Aprendem a respeitar modelos e posturas quando tem minutos cronometrados para executarem os “trabalhinhos” de artes. Aprendem a ser consumidores e não produtores de imagens ao colorirem os modelos mimeografados dos adultos. Aprendem a não serem sujeitos que podem sentir, pensar e transformar.

As produções visuais (pintura, desenho, escultura, colagem, entre outras) resultantes destas abordagens acabam gerando estereótipos formais, espaciais, colorísticos, temáticos e também conceituais que dificilmente serão transformados em representações singulares. Adestrar a mão ou deixar que as crianças explorem livremente materiais não pode ser considerado uma proposta pedagógica em arte. Tais procedimentos levam as crianças a repetirem formas mecanicamente e a passarem o resto de suas vidas desenhando árvores com maçãs, casinhas, nuvens azuis e morros marrons. E assim, as crianças perdem a possibilidade de conhecer, ver e representar o mundo a partir de outros referenciais e repertórios imagéticos.

As pedagogias em arte, observadas durante a pesquisa, careciam de propostas que desafiassem o imaginário infantil, buscassem os conhecimentos visuais das crianças, explorassem a linguagem visual nas formas de produzir, entender e ler as imagens, bem como investigassem as possibilidades dos materiais. Além disso, notava nas entrevistas com as professoras que suas atividades não se desenvolviam a partir de um planejamento e de uma fundamentação que justificasse os procedimentos adotados, ao passo que nas outras áreas do conhecimento como Estudos Sociais ou Ciências, haviam propostas planejadas e articuladas entre si.

A maioria das professoras entrevistadas relatou o quanto é difícil elaborarem planejamentos em arte, tendo em vista que em suas formações acadêmicas em Pedagogia e no 2° grau tiveram poucos conhecimentos sobre fundamentos, concepções e metodologias em artes. Aliada à formação precária nesta área do conhecimento, as professoras não tiveram em suas vidas a oportunidade de experienciar situações expressivas, de exploração de materiais, contato com diferentes repertórios imagéticos ou de leituras de imagens. Ou seja, a carência de experiências nas áreas expressivas acarreta equívocos nas práticas pedagógicas junto às crianças. Além disso, os gestores educacionais e até mesmo as escolas, investem pouco em cursos de formação continuada nas áreas de artes visuais, música, teatro e dança.

Entendo que as dificuldades enfrentadas pelas professoras de educação infantil em conceber, planejar e desenvolver propostas em artes visuais se deve ao pouco conhecimento que elas têm nesta área ao longo de sua escolarização (não só na graduação, mas em outros níveis de ensino). Assim, muitas vezes, suas pedagogias em arte estão baseadas nas concepções de arte que circulam, tais como: arte é dar liberdade, arte depende de habilidades, arte é um dom, entre outras concepções que formam o senso comum sobre o que é arte e como ela deve ser ensinada.

Outras imagens, outras abordagens

Como foi referido anteriormente, a cultura contemporânea, com seus inúmeros artefatos imagéticos contribuem para a formulação dos nossos imaginários e pontos de vista sobre o mundo. A quantidade de imagens a que estamos expostos, além de ensinar comportamentos, modos de conduta, hábitos, valores vem produzindo uma apatia nos olhares. Michel de Certeau (2000), nos anos 70, em suas análises sobre as práticas ordinárias do cotidiano aponta para o olhar que é instaurado a partir das imagens que inundam nossas vidas produzindo um olhar cancerizado, doente, passivo.[5]

As imagens estão aí, dentro e fora das escolas, suas configurações e ensinamentos são cada vez mais persuasivos e poderosos. Os modos de ver o mundo, a nós mesmos e os outros estão sendo modulados pelos vários meios midiáticos e pelas produções artísticas, então, a questão das imagens e da visualidade deveriam fazer parte das discussões educacionais. No entanto, as práticas pedagógicas em arte na Educação Infantil ainda carecem de uma visão mais contemporânea de educação Embora os pressupostos teóricos e conceituais no campo da educação tenham se transformando nas últimas décadas e estudos de Paulo Freire, Jean Piaget, Lev Vygotsky, Emília Ferreiro, entre outros, rompam com a visão inatista e pragmática do ensino, as concepções vigentes do ensino de arte na educação infantil, ainda estão ancorados na visão de que as crianças são portadoras inatas de criatividade e inventividade, ou que as atividades em artes deveriam desenvolver habilidades visando o controle visual e manual para preparar para a escrita.

As abordagens atuais no ensino arte na Educação Infantil não estão possibilitando outros olhares sobre uma área do conhecimento que trabalha basicamente com a transformação, a incerteza de modelos, a investigação matérica bem como das linguagens não verbais e a abertura ao inusitado. A situação em que se encontra o ensino de arte na Educação Infantil, e também em outros níveis de ensino, não está contribuindo para que as crianças possam elaborar sua linguagem expressiva entendida aqui como uma forma de ler e representar suas relações singulares com o mundo.

Diante deste quadro, é necessário que se pense o ensino de arte na Educação Infantil conectado com teorias mais atuais do pensamento pedagógico contemporâneo, sejam elas as proposições dos autores mencionados acima e de outros autores que abordam a centralidade da cultura no campo educacional, como Henry Giroux, Peter McLaren, Shirley Steimberg, Joe Kincheloe, Fernando Hernàndez.. Meu entendimento é que há uma enorme distancia entre o que está sendo desenvolvido nas escolas e os fundamentos destes autores, entretanto, as imagens estão aí, dentro e fora das escolas, suas configurações e ensinamentos são cada vez mais persuasivos e poderosos. Os modos de ver o mundo, a nós mesmos e os outros estão sendo modulados pelos vários meios midiáticos, então, a questão da constituição da linguagem visual e da visualidade infantil deveria ser um dos objetivos do ensino de arte na Educação Infantil. Entendo que a função da Arte na educação é de provocar questionamentos e desencadear uma outra educação do olhar, uma educação que rompa com o estabelecido, com as normas e convenções sobre o próprio mundo. Uma educação em arte que faça com que as pessoas continuem buscando e dando sentido poético à vida.

Referências Bibliográficas:

CERTEAU, Michel de. A invenção do cotidiano:1: Artes do Fazer. Petropólis: RJ. Vozes, 1994.

DERDYK, Edith. Formas de pensar o desenho: desenvolvimento do grafismo infantil. São Paulo: Editora Scipione, 1989.

DUARTE Jr. João Francisco. O sentido dos sentidos: a educação (do) sensível. Criar Edições, 2001.

DUBORGEL, Bruno. Imaginário e Pedagogia. Lisboa: Instituto Piaget, 1992.

HERNÁNDEZ, Fernando. Cultura Visual, mudança educativa e projeto de trabalho. Artes Médica Sul, 2000.

KUHLMANN Jr, Moysés. Infância e educação infantil: uma abordagem histórica. Porto Alegre: Mediação, 1998.

VIEIRA DA CUNHA, Susana (org). Cor, som e movimento: a expressão plástica, musical e dramática no cotidiano da criança. Cadernos de Educação Infantil n 8. Porto Alegre. Ed. Mediação, 1999

_____________ Revista Projeto: Artes Plásticas, v.3,n.5, 2001

[1]DERDYK, Edith. Formas de pensar o desenho: desenvolvimento do grafismo infantil. São Paulo: Editora Scipione, 1989, p.53.

[2]Entre 1997-2000 desenvolvi a pesquisa Transformações nos saberes sobre a arte e seu ensino junto às educadoras de Educação Infantil e as alunas de graduação em Educação que freqüentavam a disciplina Arte na Educação na Faculdade de Educação da UFRGS. Posteriormente, entre 2001 e 2004, realizei outra pesquisa com crianças e professoras de Educação Infantil de EMI de Porto Alegre com o intuito de conhecer as pedagogias em arte na Educação Infantil. Este estudo gerou a tese Educação e Cultura Visual: Uma trama entre imagens e infância, defendida em 2005 no PPGEDU da Faculdade de Educação da UFRGS.

[3]HERNÁNDEZ, Fernando. Cultura Visual, mudança educativa e projeto de trabalho. Artes Médica Sul, 2000, p.44

[4]KUHLMANN Jr, Moysés. Infância e educação infantil: uma abordagem histórica. Porto Alegre: Mediação, 1998, p.141-142

[5]CERTEAU, Michel de. A invenção do cotidiano: 1. Artes do fazer. Trad. Ephraim Ferreira Alves. Petropólis, RJ: Vozes, 1994, p.48
Susana Rangel Vieira da Cunha é Graduada em Artes Visuais, Mestre e Doutora em Educação. Professora e pesquisadora da Faculdade de Educação da UFRGS (Universidade Federal do Rio Grande do Sul/Porto Alegre) na área de Infância, Formação de professores, Artes e Cultura Visua